
PARROQUIA SAN ANTONIO MARIA CLARET - Neiva
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Hablar de Dios a todos los hombres con Amor

Siendo el hombre un ser religioso por naturaleza y por vocación, experimenta la imperiosa necesidad de hablar de Dios y tener que hablar de Dios ante otros hombres, dado que no vive una vida plenamente humana sino vive libremente su vínculo con el ser supremo. La iglesia como cabeza primaria transmisora de la FE expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y con todos los hombres, basándose en el diálogo abierto con todas las religiones, con los entes científicos y filosóficos y también con el conjunto de ateos y no creyentes, es decir no discrimina abriendo posibilidades de estudio al interior y de conversión al exterior.
Para hablar de Dios tenemos en cuenta que el conocimiento que tenemos de Él es limitado y por tanto el lenguaje usado para nombrarlo lo es así mismo, nombrándolo a partir de las criaturas y conforme al pensamiento humano limitado de conocer y pensar. Debido a que Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy especialmente el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, podemos nombrar a Dios a partir de las perfecciones de sus criaturas, "pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13,5).
Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios, porque Dios trasciende a toda criatura. Por ello se hace necesario que a través de los años purifiquemos las palabras y lenguaje usado para hablar de Dios, evitando confundir su calidad de inefable, invisible, inalcanzable con las representaciones humanas que se quiere dar de Dios. “Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no obstante, expresarlo en su infinita simplicidad” (CIC).
Para hablar con eficacia y claridad sobre Dios, hace falta una clara identidad cristiana. Quizá nuestro lenguaje parece, a veces, tan desteñido, tan simple, porque no estamos todavía suficientemente convencidos de la hermosura de la FE y del gran tesoro que tenemos, y nos dejamos fácilmente aplastar por el ambiente. Un cristiano no tiene que ser perfecto, pero sí auténtico. Los otros notan si una persona está convencida del contenido de su discurso, o no. Las mismas palabras, por ejemplo, “Dios es Amor” pueden ser insignificantes o extraordinarias, según la forma en que se digan. Si alguien habla desde la alegría de haber encontrado a Dios en el fondo de su corazón, puede pasar que conmueva a los demás con la fuerza de su palabra. No hace falta que sea un brillante orador. Habla sencillamente con la autoridad de quien vive (o trata de vivir) lo que dice; comunica algo desde el centro mismo de su existencia, sin frases hechas ni recetas aburridas o retórica barata.
“Para hablar de Dios hay que tener intimidad con El”, Benedicto XVI.